APRENDIZAJE PERSONAL: creciendo en la adversidad

Ejecutivo adversidad

En la situación de crisis que vive el mundo en la actualidad, a consecuencia del coronavirus, se pueden manifestar diversas actitudes de parte de quienes integran las empresas, organizaciones o sociedades. Para graficar con claridad esta realidad humana analizaremos un hecho histórico que dejó a la humanidad unas profundas lecciones que parece no han sido debidamente aprendidas. Este caso real nos permite además, enfocar nuestras fallas y omisiones según los niveles que existen en las organizaciones, para finalmente entender que al margen de jerarquías, rangos o categorías, somos personas humanas que tenemos un solo camino para saber vivir, sobrevivir, y mejorar el mundo que habitamos, y ese camino es: aprender, aprender, y aprender. Es decir, lograr crecer como seres humanos en todo el sentido que ello conlleva, y no solo contentarnos con el aspecto profesional, científico y tecnológico.

Las lecciones del Titanic  

Seguramente recordamos la película Titanic protagonizada por Leonardo Di Caprio en la que se escenifica el trágico hundimiento de ese gran crucero, el buque de pasajeros más grande y moderno de su época.

Indudablemente, el Titanic era el símbolo de un gran éxito empresarial, hasta antes de la tragedia, porque contaba con el material y equipamiento más sofisticado, y con la maquinaria y accesorios con la mejor tecnología de aquel entonces. Un buque con esas características, y con la dotación de oficiales y tripulación adecuadamente seleccionada, preparada y experimentada, aparentemente tenía todas las ventajas para brindar el mejor servicio a sus pasajeros con la seguridad esperada. Era pues, una nave majestuosa, fuerte y cautivadora, hasta que se convirtió en una triste y lamentable tragedia humana.

¿Por qué se hundió el Titanic?, de hecho surgen variadas respuestas a esta pregunta. Y se podrían hacer diferentes análisis con distintos factores, a modo de causa y efecto. A nosotros nos interesa enfocarnos en la realidad humana de la empresa, como hemos advertido antes, porque sencillamente son las personas quienes con sus actitudes, decisiones y comportamientos, determinan el destino de una organización, de un conjunto de personas. Y por obvio que ello parezca, no siempre caemos en la cuenta de que las personas, y concretamente quienes dirigen, necesitan otro tipo de aprendizaje pues no les basta el conocimiento, la experiencia, la ciencia, la técnica. Ni siquiera el poder económico es suficiente para afrontar la adversidad. Ese aprendizaje está relacionado con los valores que se siembran, se cultivan y se viven. Las decisiones de quien dirige son influidas por los valores morales, o vicios, que cultiva, y muchas veces no se percata de cómo influyen estos ni de las consecuencias para sí mismo y para los demás.

El Titanic fue lanzado de sus astilleros sin el número suficiente de botes salvavidas, mostraba desde el inicio una omisión grave generada por la convicción errónea de sus altos directivos: se trataba de un buque que no podía hundirse, entonces para qué los botes salvavidas?

Así, se puede observar la primera causa de esta tragedia: la creencia de que un buque enorme, fuerte y moderno no puede hundirse. Sin duda, detrás de esta idea se encuentra la base de toda debilidad humana: la soberbia, principal miseria humana. ¿Para qué instalar botes salvavidas si nunca va a ocurrir nada? Somos in-hundibles. Nada podrá contra nosotros. La arrogancia en su máxima expresión.

Si tuviéramos que establecer responsabilidades, desde luego, que los altos directivos tendrían que ser los primeros en dar un paso al frente. Recordemos la escena en que un director de la empresa busca persuadir al comandante de la nave para que aumente la velocidad y arribe al puerto mucho antes de la fecha programada. ¿Qué buscaba realmente este directivo? Sorprender al mundo: foto, aplauso, fama.

Pero lo más increíble es la decisión del comandante: ordena aumentar la velocidad de la nave en un mar con presencia de icebergs. Al principio le responde al directivo que no es posible acelerar el buque pues las máquinas son nuevas, no obstante, más tarde cambia su idea y cumple el pedido del directivo: ordena encender todas las calderas para aumentar la velocidad.

Tendríamos que preguntarnos: ¿Cómo un marino con tanta experiencia-estaba por retirarse, con una gran trayectoria profesional y conocimiento, toma una decisión tan temeraria y tan arriesgada? Poniendo en peligro la vida de tanta gente: pasajeros y tripulación. Solo cabe una respuesta: más pudo su ego por los aplausos, antes que la prudencia y responsabilidad en tales condiciones para la navegación. El comandante del Titanic, es decir, el gerente general de esa organización debería igualmente dar un paso al frente y asumir gran parte de la responsabilidad de la tragedia.

Pero sigamos el análisis en los demás niveles, y factores relacionados a este lamentable suceso. Resulta que los vigías no contaban con los binoculares para poder divisar con claridad y oportunidad la presencia de algún iceberg en el rumbo que seguía la nave. Tremenda falla: no haber verificado que los vigías tengan las herramientas necesarias para su trabajo, más aun de noche. Tengamos en cuenta que en esa época no contaban con radar de navegación, por tanto, una nave en esa situación estaba supeditada a la buena vista y atención de sus vigías. Pero ¿quién tenía la responsabilidad de verificar esto? De hecho, el oficial encargado, jefe o supervisor, un mando medio, que lamentablemente no cumplió su tarea. Está claro que este oficial estaba orientado según la convicción que venía desde arriba: aquí no pasa nada, somos in-hundibles. Sin duda, esto tampoco exime a este mando de su responsabilidad concreta.

Son las 12 de la noche y el comandante se retira del puente de comando a descansar, dejando al oficial de guardia quien sigue la orden de mantener determinado rumbo y velocidad. De pronto, un vigía logra divisar con cierta dificultad un iceberg y trata de avisar por teléfono al oficial de guardia, pero se produce otro descuido pues no le responden de inmediato la llamada. Pasan los segundos y minutos, y cuando el oficial recibe la alerta del vigía, da la orden a la sala de máquinas que paren la marcha adelante para luego dar marcha atrás. Asimismo, indica al timonel que vire todo timón a babor, pero este muchacho no reacciona con la celeridad debida y el oficial mismo realiza la acción.

Por su parte en la sala de máquinas del buque, los encargados no están muy atentos y muestran alguna demora para responder al pedido de parar la marcha, sin embargo tratan de cumplir con la orden y dar marcha atrás. Una nave como el Titanic por su tamaño y tonelaje no puede detenerse con la rapidez que los marinos esperan, más aun por la velocidad que llevaba, y dada la cercanía del iceberg se produce el impacto con consecuencias fatales. Solo unos minutos de descuido llevarían a la muerte a más de 1,500 personas. Una clara irresponsabilidad por no equipar adecuadamente a los vigías y por no mantener la debida atención y celeridad en una situación de riesgo origina que los esfuerzos de la reacción sean vanos.

Una vez producido el impacto empieza a ingresar el agua y la nave inicia su hundimiento. Los oficiales de la dotación empiezan la evacuación de los pasajeros colocando solo a doce de ellos en cada uno de los pocos botes abordo, y cuando el ingeniero que había diseñado la nave- un pasajero también, le pregunta a un oficial acerca de cuántas personas caben en un bote, este le responde que no está seguro, por lo cual el ingeniero le increpa que deben entrar como 60 pasajeros en cada bote y que debe colocar esa cantidad de inmediato. Otra grave falla de los mandos medios, oficiales que no se encuentran preparados para atender una situación de crisis, y no pueden llevar a cabo la evacuación de manera rápida de acuerdo con los protocolos y procedimientos. Pero no solo se trata de falta de preparación profesional-técnica, sino que tampoco observan el manejo emocional que la situación exige, ni la firmeza y energía adecuados para este tipo de presión. Así, vemos que un oficial al verse impotente para enfrentar el miedo y la desesperación de los pasajeros, y al haber equivocadamente disparado a un pasajero, pierde el auto-control y se suicida. Complica más aun la situación, pues evidentemente se requería más personal que brinde ayuda adecuada para salvar más vidas.

Los mandos medios de la empresa son los siguientes en dar el paso al frente, pues demostraron poca responsabilidad para cumplir su rol, negligencia, y poca capacidad para asumir situaciones difíciles como era aquel caos en el buque que estaba hundiéndose. La dotación en general no estaba preparada para realizar una evacuación. Evidentemente en la cabeza de todos estaba la idea de que no se podían hundir, para qué esforzarse y preparar una evacuación? Una cultura de empresa basada en la autosuficiencia y al mismo tiempo en la arrogancia.

El entorno era complicado, con presencia de icebergs, sin embargo, tanto los directivos como el comandante de la nave subestimaron esa realidad, creían tener el poder para desafiar a la adversidad. Una clara falta de humildad que si la hubieran tenido se habría evitado la muerte de tanta gente de manera trágica. Por lo menos hubieran tenido los botes salvavidas suficientes y hubieran estado preparados para abandonar la nave de modo rápido y ordenado. Un gerente general que a pesar de su trayectoria no es capaz de poner primero la razón sino el ego. Una empresa que quiso ser admirada por su alta calidad de servicio pero que no consideró en su propuesta el cuidado de la vida y la seguridad de sus clientes y su dotación.

Los oficiales-mandos medios, simplemente seguían órdenes aunque estaban equivocadas o fueran en contra de la seguridad de todos, y no tenían la capacidad para reaccionar ante esto de manera correcta. No estaban listos para asumir su rol ante la crisis que les exigía temple y un liderazgo consistente.

La soberbia, el egoísmo, la negligencia, miserias humanas que originaron claramente las fallas y omisiones de las personas que dirigían e integraban esta empresa, y todo ello porque vivían una irrealidad. Las empresas y las personas podemos fallar y hay que estar preparados para ello. La naturaleza y el mundo que habitamos presentan  amenazas que debemos aprender a afrontar con la razón y la voluntad conducidas convenientemente por un carácter sobrio sustentado en valores morales hacia el bien común.

La adversidad nos enseña

La situación que vive ahora el mundo nos debería llevar a la reflexión de que toda empresa, organización, sociedad o país, es una realidad humana vulnerable, no somos inhundibles. Por tanto, deberíamos dedicar nuestro mejor cuidado y esfuerzo para afrontar oportunamente nuevos peligros y desafíos. Todo lo bueno logrado en años y siglos se puede perder en un instante si somos soberbios y no cultivamos la humildad y prudencia como valores centrales en la dirección de las empresas y las personas. El ego cuando se hincha es capaz de cualquier cosa y las consecuencias suelen ser nefastas. Así, recordemos cuantas autoridades y directivos de instituciones y empresas renombradas en nuestro país y el mundo han sucumbido ante su poca capacidad de renuncia, compromiso y trascendencia, hundiendo sus apellidos y organizaciones. El mundo requiere de nuevos líderes que impulsen una mayor solidaridad y más generosidad, que piensen en los demás, y consideren las necesidades humanas más críticas para priorizarlas. Hace falta más sensibilidad y menos dureza y ambición, más comprensión y menos arrogancia. Es momento de darnos cuenta que cada persona en la empresa y en la sociedad es importante, y debe lograr un aprendizaje y preparación para asumir su rol y responsabilidad tanto en el trabajo como en la familia, y en la vida personal. No basta la capacitación profesional, operacional, tecnológica, tampoco obsesionarse con los modos de hacer y los medios, hace falta enfocarnos mejor en el ser y en los fines. La persona humana es un fin y por tanto, hoy más que nunca necesita de un desarrollo personal serio, integral que le permita aprender a convivir en un mundo de paz y prosperidad. Solo creciendo a través de un aprendizaje como seres humanos coherentes podremos cuidar este mundo y su gente con inteligencia y responsabilidad. Es una nueva época que nos invita a crecer hacia dentro de nosotros mismos, para cultivar el espíritu, las cualidades humanas-valores, actitudes positivas y modos de ser. La humanidad ha avanzado mucho en ciencia, tecnología, pero muy poco aun en preparar gente virtuosa-líderes que contribuyan a propiciar la felicidad de la sociedad con el bien común. Cuanta falta nos hace mejorar nuestros modos de ser para comportarnos adecuadamente ante la naturaleza, ante los demás, y seguramente ante Dios. Requerimos nuevos líderes en el sector público y privado en todos los niveles que respeten la legítima ley humana, pero también la sabia ley divina, y se conviertan en verdaderos espejos donde se pueda mirar la juventud.

Vendrán nuevos problemas mundiales y mayores retos para la humanidad y solo podremos superarlos si logramos un aprendizaje humano real. La adversidad actual nos brinda la ocasión para aprender y crecer en lo que nos falta en cada empresa, cada organización, cada país, y concretamente en cada uno de manera individual. No seamos tripulantes del Titanic, y tampoco dejemos que esta pandemia sea un triste y amargo hecho más para la vida humana. Más bien, procuremos que este nuevo virus nos deje enseñanzas claras para realmente empezarlas a vivir.

2 comentarios en “APRENDIZAJE PERSONAL: creciendo en la adversidad

  1. Muy claro el mensaje y también bueno el uso de la tragedia del Titanic ,
    Como un comentario adicional pienso que también falto a todos tener conciencia lo que es la palabra SERVICIO .. tanto para el caso del Titanic , como para la situación actual , actuar como gobierno como sociedad con un alto nivel de SERVICIO
    saludos

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